Estrecho de Gibraltar.
5 de diciembre de 2020
Tomamos la decisión de dar media vuelta de inmediato y en cuestión de horas íbamos rumbo norte empujados por los vientos favorables del SW. Al girarme para echar un último vistazo a Tenerife, las nubes que cubrían la cúspide de la isla se disiparon y la imponente cumbre del Teide de 3.700 metros de altitud se mostró ante nosotros a modo de despedida.
La vida a bordo pronto retornó a la rutina habitual. Sin embargo, puesto que Michalis había decidido quedarse en Canarias donde reside su novia, la tripulación se redujo a tres. Acordamos organizar las jornadas en guardias de 4 horas, de las que yo haría las habituales guardias del amanecer y el anochecer (de 04:00 a 08:00 y de 16:00 a 20:00), de ahí la cantidad de fotos de albas y ocasos que pude tomar.
Durante mi primera guardia vespertina navegamos sobre este monte submarino cuyo nombre ya había llamado mi atención en nuestra travesía hacia el sur. Dacia era el nombre de una colonia romana que se estableció en el actual territorio rumano durante el siglo II DC. También dio nombre a la popular marca de coches, pero ¿Qué hace este accidente geográfico en el Atlántico Norte?
La monotonía de las guardias nocturnas durante las travesías largas, se ve ocasionalmente interrumpida por las conversaciones con el oficial de radio de alguna embarcación vecina. En esta travesía llamé por radio al Velsheda, un famoso velero de 40 metros, construido siguiendo las líneas clásicas de su predecesor. El operador de radio me dijo que iban rumbo al Caribe y se mostró sorprendido por nuestra ruta inversa. Lo dejé estar…
Mi siguiente intento de llamada por radio no fue para disfrutar de una charla informal, sino para alertar de un posible rumbo de colisión. Los datos proporcionados por el AIS describían el Zylkene como un velero de 17 metros con rumbo a Canarias. Mostraba dos luces verdes, una en lo alto del mástil y otra en la proa, y avanzaba a motor en rumbo opuesto al nuestro. Estábamos emparedados entre el Zylkene y el carguero Vigor, que había alterado su curso por nosotros, de modo que llamé repetidamente al Zylkene por la radio VHF, pero no hubo respuesta. Pasaron a unos 200 metros de nosotros.
La seguridad en la mar ha experimentado un tremendo avance con la introducción del AIS (Automatic Identification System, es decir, Sistema Automático de Identificación). Cualquier embarcación, comercial o de recreo, transmite automáticamente su nombre, posición, velocidad, rumbo, etc. Además, el sistema evalúa el grado de peligro, en caso de que cualquiera de las embarcaciones mantenga el rumbo. Toda esa información se obtiene con solo pulsar sobre el característico triángulo que se muestra en las cartas electrónicas (en negro durante el día y en blanco de noche). Debo decir que, desde que se introdujo el AIS, solo recuerdo un par de ocasiones en las que me vi obligado a llamar por radio para solicitar un cambio de rumbo. Toda embarcación a vela posee preferencia de paso en alta mar.
Al amanecer del cuarto día de navegación habíamos recorrido 500 millas y el nuboso amanecer presagiaba que nuestra suerte podía acabarse pronto. Sin embargo, el viento favorable del NW continuó soplando, aunque con bastante más intensidad de la deseada. Como había ocurrido en la travesía hacia el sur, cada 15 o 20 minutos nos azotaban violentos chubascos acompañados de rachas de viento de 35 a 50 nudos. Por mucho que redujéramos trapo, el viento continuaba subiendo y nuestra velocidad también.
…y la estela que dejábamos a esa velocidad.
Ya habíamos tomado tres rizos en la mayor, y aún con el foque asomando apenas, seguía habiendo demasiado trapo. Decidimos reducir la velocidad, acercándonos al viento todo lo posible, para capear el temporal sin importar dónde termináramos derivando. Acabamos ciñendo lentamente de 1,5 a 3 nudos, con el foque desenrollado y la mayor desplegada en toda su extensión. Funcionó, y una vez más, me dejó perplejo (y aliviado), al igual que a Conor y Taylor, la robusta construcción y la evidente condición marinera del Aventura. ¡Gracias, Outremer!
Taylor tomando el tercer rizo, mientras Conor mantenía la proa del Aventura al viento y yo manejaba la escota de la mayor y, esta vez, también la cámara.
Continuamos así toda esa noche y a la mañana del quinto día aún soplaba un viento de fuerza 6 (entre 22 y 27 nudos), pero estábamos a tan solo 60 millas del Estrecho y, con un poco de suerte, de un Mediterráneo más benigno.
Arribada: 15:30 UTC, Cabo Espartel, en el extremo NW de África, 750 millas y exactamente 5 días después de partir de Tenerife. Navegamos apresuradamente para alcanzar la corriente favorable en el Estrecho y poder estar en el Mediterráneo para el anochecer.
Es la décima vez que cruzo este emblemático lugar desde la primera vez que lo hice en el Aventura I en 1975. En aquella ocasión, hicimos escalla allí porque Doina e Ivan estaban ansiosos por visitar la colonia de macacos de Berbería que habitan en la cima de La Roca. Así describe Doina el encuentro en su libro “Child of the Sea”:
…Un puñado de macacos avanzaron furtivamente hacia nosotros. Uno de ellos metió la mano en el bolso de mamá y agarró un folleto turístico. Salió corriendo y se sentó en el muro.
“¿Se lo va a leer?” Mamá se rió.
“¡Mira, mami, se lo está comiendo!”
De repente uno de ellos saltó sobre el hombro de papá.
“Deja que te saque una foto”. Mamá sacó la cámara.
Ivan contuvo la respiración. Una gran mancha de humedad se extendía por la espalda de papá.
“¡Está haciendo pis!”
El simio alcanzó el muro de un salto y se quedó observando mientras papá revisaba su chaqueta. Era la única que tenía y la reservaba para ocasiones especiales.
“Se ha debido percatar de que no soy británico”.
Sin duda, y desde entonces me he mantenido alejado de esos bárbaros.