Diario del aventura Zero
24 de octubre – 2 de noviembre
Tras dos meses de preparativos, el 24 de octubre el Aventura Zero partió de La Grande Motte, sede central del astillero Outremer, rumbo a Sevilla y al inicio formal de nuestra travesía a lo largo de la ruta de la primera circunnavegación de hace 500 años.
La previsión meteorológica a largo plazo para las 900 millas de travesía hasta Sevilla solo podía describirse como una mezcla de vientos fuertes alternando con vientos ligeros, algunos en dirección favorable, otros no…Es decir, exactamente lo que cabría esperar de una típica semana de otoño en el Mediterráneo. Durante las primeras 24 horas la navegación fue rápida pero movidita, no exactamente lo que esperaban nuestros invitados, Romain y su amiga Laura.
Romain Guiraudou trabaja en el departamento de diseño de Outremer y, siendo viejos conocidos, pero también porque sintió que la tarea de crear la primera embarcación a vela eléctrica construida específicamente a tal fin era, no solo interesante, sino también un reto, terminó convirtiéndose de facto en el director del proyecto. Este viaje era una oportunidad de oro para probar todos los sistemas en condiciones reales, además de un merecido premio por su arduo trabajo durante el pasado año.
Apenas habíamos acabado de ajustar las velas cuando el tripulante Michalis decidió echar la línea de pesca, ansioso por atrapar nuestra primera cena, a pesar de la tonelada de provisiones que habíamos embarcado la semana anterior y que debían durar hasta la siguiente escala de reaprovisionamiento programada en Punta Arenas, bien al sur en el Estrecho de Magallanes. A los pocos minutos, la línea salió despedida, causando gran expectación y alborozo entre la tripulación. Cuando al fin logramos reducir la velocidad de la embarcación, observamos cierta conmoción a lo lejos, tras lo cual la partida no tardó en quedar sentenciada: Monstruo del Mediterráneo 1 – Novato Griego 0.
Como si quisiera compensarnos por la decepción de haber perdido el pez, un pajarito cruzó la bañera y se posó junto a la mesa de navegación, buscando asilo para descansar. Pasó con nosotros la noche y se marchó con el amanecer.
Al anochecer del día siguiente los vientos desfavorables nos habían empujado tanto hacia el este, fuera de nuestro rumbo, que decidimos fondear para pasar la noche en la costa este de Menorca, la isla más oriental del Archipiélago Balear. Mientras exploraba la carta náutica en busca de un fondeo adecuado, reconocí la protegida bahía al sur de Cabo Favaritx donde había pernoctado con Gwenda en el 2001, al inicio de la travesía alrededor del mundo del Aventura III.
Al día siguiente, durante la partida, el arco iris enmarcaba el inmenso edificio construido en los días en que debía albergar a varios fareros, a menudo con sus familias. Un oficio extinto en la actualidad, al que ha reemplazado la fría tecnología.
Aquí estoy yo, preparando mi plato favorito de alta mar: paprikas de patata transilvana, según la receta de mi abuela materna, con el ingrediente de la casa, la paprika húngara. Y como no podía ser de otra forma en un barco con un mástil Dracula, lleva una generosa dosis de ajo.
Finalmente, el viento roló en la dirección adecuada y pudimos izar el spinnaker Parasailor a la vez que bajábamos la mayor a la que hacía flamear. El Parasailor se hinchó con elegancia, desplegando sus inmensos 210 metros cuadrados de vela, prácticamente el tamaño de una pista de tenis, mientras nos empujaba hacia adelante a gran velocidad. No tuvimos que tocar ni un solo cabo en todo el día y al anochecer continuaba realizando su labor a la perfección.
Pero ni siquiera una vela así puede obrar milagros, y tuvimos que arriarla cuando el viento amainó casi por completo. Fuimos a la deriva durante toda la noche bajo una luna casi llena, tan brillante que nos permitía trabajar en cubierta sin necesidad de encender las luces. Es una experiencia frustrante, pero así es el Mediterráneo. Ahora me daba cuenta de que navegar en una embarcación eléctrica requiere paciencia. Te obliga a ver y sentir las cosas como lo hacían aquellos navegantes hace 500 años, a aceptar que llegarás al destino cuando sea que llegues y a aprender a vivir el momento. ¡Carpe diem!
Fue una extensa lección, pues estuvimos a la deriva durante los tres siguientes días. Habíamos acabado en el centro de una alta presión y estábamos atrapados en aquella calma chicha. Sin embargo, pudimos compensar de alguna forma la forzada inactividad.
Una embarcación eléctrica necesita estar en constante movimiento y en nuestro viaje inaugural habíamos tenido la mala suerte de vernos atrapados en una calma chicha típica del Mediterráneo. Aunque las placas solares cubrían nuestras necesidades diarias, el banco de baterías principal solo se puede recargar durante la navegación… Y no parecía que eso fuera a ocurrir.
Nuestra plataforma flotante resultaba tentadora para algunos visitantes, un par de aves migratorias y una manada de calderones que se acercaron tanto que parecían rozar el casco. Taylor, que estuvo observándolos un buen rato, tomó esta magnífica foto.
Por fin se levantó el viento, empujándonos hacia Ceuta, el enclave español en el lado africano del Estrecho de Gibraltar, donde podríamos recargar nuestras mermadas baterías antes de enfrentarnos al intenso tráfico y las fuertes corrientes del Estrecho.
Llegamos el martes a la mañana, encontramos un atraque en la pequeña marina y…
…No tardamos en ser oficialmente bienvenidos por el Capitán Eduardo Liberal, Comandante Naval de Ceuta y su asistente en Capitán Pedro José López, en nombre de la Comisión del V Centenario de la primera vuelta al mundo.
…Para a continuación recibir la visita del cuerpo de prensa ceutí. El lugar es pequeño pero las noticias corren rápido. Para los españoles, donde quiera que se encuentren, sus hazañas históricas son tan importantes hoy como lo fueron hace 500 años. Es lo que hace de España y sus gentes una nación tan singular.